plegaria al Papá bueno de nuestros pequeñines

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La noche hipa con sus ayes los miembros de un Prudencito desmadejado. La noche se propone ser nana, manos que la luna con su alcuza, lo acunan mientras su voz desgrana una a una.

Rotos los lápices de colores, rota incluso la quietud de su alma, sin más voz que el de una luciérnaga, o el de una cigarra, sin más tinta que cada latido que estremece los miembros del Pruden ya adulto, reza a un Dios que piensa que se le escapa, que piensa que le arrebata una y otra vez su luz blanca.

-Querido Dios, o Papá bueno, como te llama Pruden, no quiero extenderme mucho, sólo estas líneas.

-Entiendo que los adultos hayan de pasar sus pequeños apuros, sus pequeños obstáculos, pero jolínnnnn. Pruden y María no son malos, Tú los conoces, son un poco cabezotas eso sí, y se dejan naufragar en sus heridas, eso también.

-Ay Prudencito -y es que Mariiita no se puede callar, las lágrimas encienden con su velo plateado sus cabellos revueltos, su naricilla enrojecida, -que hablas como los adultos, y no quiero no quiero no quiero. A ver, señor muuuuy altooo, porque usted tiene que estar muuuy altoooo porque creo que a los que somos niños tan bajitos como nosotros no nos escucha. -Se limpia los mocos en la manga de su blusa.

-Su hijo sí que tuvo a una madre muuuy buena, y sí que miraba con ternura y sí que nos tomaba a los niños de la mano, y se reía con nuestras gracias, con nuestras locuras castañuelas, y su madre sí que no dejaba a su hijo y eso que le pasaron cosas muuuuyyyy malas, y a ver ya que estamos hablando de señorita a  hombre, ¿a quién se le ocurre dejar que su hijo lo pasara tan mal?

Las cigarras aprietan en esta noche de estío su grito incólume, su eco abrazado por la cierta calima del estío. Cuando Prudencito cogiendo de la mano a Mariiita continúa su oración.

-Eso sí que estuvo mal, muy bien dicho Mariiita. Y vamos a ver, señor papá de todas las criaturas, cuándo vas a dejar de enviar problemas a Pruden y a María, jolínnnnnn. Que usted tiene fama de compartir con todos, pero se está poniendo púo, como dice Pruden, con ellos.

-Sí, Prudencito, pero ellos tampoco se pueden cerrar tanto; que ya no nos escuchan como antes, que ya no juegan con nosotros, que ya no incluyen al nuevo miembro de la familia, Keili, con nosotros. Yo entiendo que lo están pasando mal, muuuuy mal, pero somos su familia, somos carne de su carne, sisiisis, y no nos hacen caso. María se encierra en sus fofuchas.

-Ay mariiita si a mí me encantan.

-Sí, Prudencito pero cuando se utilizan para soltarse la mano, muuuuuy mal. Que no salen, que no van a andar juntos apenas, que ya no suben a la atalaya con Lupita, ni con Keili, al igual que hacían con Cásper.

-Ya. En eso tienes razón. Y ya no se componen poemas bonitos, ni melodías bonitas que dedicarse, ayayay. Que parece que los dolores se lo hayan arrebatado todo. Y eso no es así. Poseen el mejor regalo, la vida, la salud, el uno al otro, Cásper, Milita, Lobita, Keili, trabajo de Pruden, a nosotros.  Y no parecen disfrutar de ello, que parecen un disco rayado.

La naturaleza parece despertar algo de brisa con la voz de estos pequeñuelos que, entremezclada con el olor del trigo, del maíz, y del pasto seco, extiende sus alas. Como si el Papá bueno pareciera responder a su demanda, a su tristeza, a su decaimiento. Los corazones de nuestros pequeños por un momento escuchan la voz de sus mayores y su alma azora de ululares. Nuestra querida cigüeña reposa adormecida a su lado, a la espera de alguna travesura o aventura nueva que lidiar de estos pequeños, y al mismo tiempo arropándolos con sus alas.

La noche parece ya adormecer de estío y azahar el alma de nuestros pequeños que entre latido y latido se llenan de temor. Pruden, a pocos pasos de María, recoge a Prudencito y a Mariiita llevándolos a acostar, alborozando el flequillo de Prudencito y percibiendo a través de sus párpados la noche inquieta en el castaño de sus ojos y la melena tupida de Mariiita que se deja arropar con un dedo metido en su boca despintando cada lágrima que aún arrulla su rostro.

Pruden, María adormecida, no encuentra aunque no sea consciente, nada más hermoso que esa tez tierna de María, donde los sueños niños ralean la noche, donde su alma, ahora adormecida de heridas, es esa antorcha que en estos comienzos del crepúsculo ilumina la campiña manchega.

 

Una respuesta a “plegaria al Papá bueno de nuestros pequeñines

anota estos acordes con tus pétalos de amor, sisisi